
Países del Mundo
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Planeta DeAgostini presenta PAÍSES DEL MUNDO, una exclusiva colección de volúmenes de gran formato con espléndidas fotografías en color para viajar, página a página, por todos los rincones del planeta. Una extraordinaria biblioteca firmada por la institución geográfica más importante del mundo.
Fundada en Estados Unidos en 1888, NATIONAL GEOGRAPHIC es una institución sin ánimo de lucro reconocida mundialmente por ser uno de los organismos de divulgación científica más relevantes. Ha promovido desde sus orígenes la preservación de nuestro planeta y ha contribuido en infinidad de proyectos internacionales de investigación y en su publicación.
En la actualidad, vela por la conservación del patrimonio histórico, y por la protección de especies y del medio ambiente, además de fomentar el conocimiento de la geografía, la arqueología, las ciencias naturales o el estudio de la distintas culturas.
La costa atlántica de Estados Unidos ofrece al visitante la oportunidad de sumergirse en la historia del país, empezando por el desembarco de los Padres Peregrinos en Cape Cod, siguiendo con los acontecimientos que llevaron a la independencia del país en Boston y Filadelfia, y finalmente disfrutando del esplendor de Nueva York, siempre en movimiento, vibrante, bella, moderna y vanguardista. Pero también puede descubrirse la naturaleza refinada de Maine, Vermont y la costa de Massachusetts, con sus colinas salpicadas de granjas, sus bosques tornasolados en otoño, sus escarpados acantilados en los que se yerguen pintorescos faros o sus extensas playas de arena blanca.
Japón amplía nuestros horizontes mentales. Es un país capaz de imponer su estilo y su filosofía en los más variados ámbitos de la vida cotidiana. También invita a un viaje en el que se suceden imágenes, lugares y rostros de una diversidad a veces impactante, pero que siempre logra conjugarse con una sorprendente armonía. Desde Tokio, un mosaico infinito de barrios entre la modernidad y la tradición, hasta Kioto, la antigua capital imperial con sus templos y sus jardines zen. Del ritmo frenético y las luces de neón intermitentes de Osaka a la naturaleza primitiva de los grandes parques naturales, desde el archipiélago tropical de Okinawa a las montañas salvajes de la isla de Hokkaido.
Islandia es sinónimo de cambio. Por eso, un viaje a la isla más joven y remota de Europa, bañada por las tumultuosas aguas del océano Atlántico y el gélido mar de Noruega, siempre resulta tan sorprendente como emocionante. Su belleza se debe a los volcanes que, en continua actividad, luchan con los glaciares ante la atónita mirada de propios y extraños.
No importa si se trata de potentes géiseres, de vastas extensiones de lava negra que discurren hacia el mar o de inmensas cuevas de hielo y gigantescos icebergs con forma de diamante: no hay nada en Islandia que pase desapercibido a quienes observan, sin aliento, el magnífico espectáculo de su naturaleza extrema. A la vista de sus paisajes, se comprende muy bien que un país tan imprevisible como dotado de ese mágico encanto haya dado pie a numerosos mitos y leyendas.
Un viaje por la Grecia continental depara emociones muy profundas. Nos lleva a retroceder en el tiempo, a ir al encuentro de las raíces de la identidad occidental, de los lugares donde nació el amor por la belleza, la libertad y la democracia. Nos sumerge en los mitos y las gestas heroicas que narró Homero, cuya huella eterna se adivina entre las piedras de la Acrópolis de Atenas, en la tumba de Agamenón en Micenas o a lo largo de la Vía Sacra que lleva al oráculo de Delfos. Este viaje muestra una Grecia distinta: no solo nos permitirá conocer la hermosura agreste de las costas de la península de Mani o el esplendor sereno de las islas Jónicas y Sarónicas; sino que también nos invitará a aventurarnos por las escarpadas montañas del interior para descubrir los recónditos monasterios bizantinos.
Australia alberga impresionantes paisajes y hermosas ciudades modernas, situadas a unos pocos kilómetros de playas infinitas, selvas tropicales o desiertos. Pero los verdaderos tesoros de Australia se encuentran en sus parques nacionales, que suman más de 500 y protegen la antiquísima cultura aborigen, además de unos espectaculares entornos naturales habitados por animales tan entrañables como los canguros o bien tan letales como las arañas de embudo australianas, sin olvidar la Gran Barrera de Coral, que alcanza casi el mismo tamaño que Alemania. Cabe destacar, asimismo, sus icónicos enclaves, capaces de dar alas a nuestra imaginación, como Uluru, el imponente macizo rocoso que se tiñe hermosamente de rojo al atardecer.
Cuna de una de las civilizaciones más importantes de todos los tiempos, Egipto siempre ha cautivado a sus visitantes con la extraordinaria, misteriosa y esotérica majestuosidad de las pirámides, el esplendor de las tumbas de los faraones y la belleza de los templos que se reflejan en el Nilo. En cualquier caso, su riqueza va más allá de lo arqueológico. Desde las cautivadoras aguas transparentes del mar Rojo hasta los inmensos paisajes desérticos, pasando por los oasis diseminados en el Sahara, las espléndidas mezquitas de El Cairo, la nueva biblioteca de Alejandría con vistas al Mediterráneo o el monasterio-fortaleza de Santa Catalina en las laderas del monte Sinaí, este país ofrece infinidad de maravillas que conforman un mosaico de tesoros naturales, históricos y artísticos únicos en el mundo.
México es un país repleto de sorpresas. Los espectaculares restos de las civilizaciones precolombinas, como las imponentes pirámides mayas y aztecas, ejercen una irrefrenable fascinación. No se trata solo de la historia que atesoran sus piedras: aquella tierra es una de las más bellas del mundo, como atestiguan sus playas de arena blanca y los arrecifes de coral del mar Caribe. Quien desee conocer este pueblo multiétnico y sus tradiciones deberá hacer muchos altos en su camino y adentrarse en la selva Lacandona, en el estado de Chiapas; realizar una inmersión en un cenote; deambular por Taxco, la capital de la plata; disfrutar de Puebla y su fabulosa arquitectura barroca; contemplar un atardecer en las costas de la Baja California, y, por qué no, visitar un cementerio durante la fiesta del Día de los Muertos para aprender cómo los mexicanos honran a sus difuntos de forma colorida y alegre.
París, Normandía y Bretaña. El agreste norte de Francia y la Ciudad de la Luz, conocida en todo el mundo por la Torre Eiffel y Notre-Dame, los elegantes bulevares, las pintorescas plazas del Marais y las callejuelas de Montmartre, los edificios con tejados de pizarra, los pasajes y el romántico muelle del Sena. Lo que une a París con las dos regiones de la costa atlántica —desde Honfleur hasta el monte Saint-Michel, pasando por los acantilados repletos de faros de Bretaña— es la belleza, la misma que inspiró a pintores, cineastas y escritores y que encanta a los visitantes.
Remoto, diverso y joven: tres adjetivos que definen muy bien a este país situado a más de 20.000 kilómetros de Europa. Los tres describen un mundo único y sorprendente. Basta con contemplar sus extraordinarios paisajes, ya se trate de las playas y las bahías con vistas al océano —auténtico paraíso para los surfistas— o de los apacibles viñedos de Marlborough. Las cumbres enclavadas entre los glaciares de los Alpes del Sur, los bosques subtropicales de kauri de Northland o las velas desplegadas de los barcos en la bahía de Auckland contrastan con el animado crisol de Wellington, donde se encuentran la cultura británica y las tradiciones maoríes. Nueva Zelanda es, sin duda, la «nueva tierra del mar», la que ni siquiera existió en los mapas hasta mediados del siglo XVII pero que hoy, más que nunca, se revela ante los ojos del viajero en su majestuosa y gran belleza.
Situada muy cerca del Polo Norte, desde donde llega el viento helado que sopla sobre las islas Svalbard y la costa septentrional del país, Noruega es un lugar en que el respeto por el medio ambiente y la apuesta por la tecnología van de la mano. Los fiordos constituyen un laberinto de montañas y mar, de islas y penínsulas, salpicado de pueblos con sus típicas iglesias y el omnipresente muelle en el que atracan los barcos que regresan de pescar bacalao. Y todo sucede bajo un panorama con los glaciares en el horizonte.
Como si se tratase de un ritual, el viaje de Oslo hasta el cabo Norte para presenciar el sol de medianoche en verano o la aurora boreal en invierno es una de las experiencias más intensas que pueden vivirse. En el camino, sorteando cada recodo, se disfruta de paisajes tan inesperados como inolvidables.
Barcelona, las Islas Baleares y Andalucía ofrecen una muestra de la gran diversidad de la España meridional y mediterránea. La capital de Cataluña, una ciudad alegre y vibrante, lleva años mirando al futuro. Hasta hace poco, su paisaje estaba poblado por las agujas góticas de monumentos únicos y por los pináculos de la Sagrada Familia —la obra maestra de imaginación, color y luz de Antoni Gaudí—. En la actualidad, sus edificios de corte vanguardista le otorgan un skyline aún más inconfundible. Las Baleares, por su parte, ofrecen impresionantes vistas marinas y playas en las que solo hay que perderse en el azul del cielo y del mar. Y qué decir de Andalucía: pura emoción. El legado de la refinada arquitectura andalusí se funde con paisajes de intensos colores salpicados por la blancura de las casas, el aroma del azahar y los apasionados sonidos del flamenco.
El norte de Italia, protegido por la magnífica cordillera de los Alpes, tiene mucho que ofrecer. Basta pensar, por ejemplo, en las grandes ciudades: Milán, con su nuevo skyline que mira al futuro; la elegante Turín, atravesada por el río Po; Bolonia, con su casco antiguo medieval; o la incomparable y encantadora Venecia, con sus canales y palacios antiguos. En cada una, y al igual que en otras localidades más pequeñas, iglesias, castillos y museos repletos de obras de arte cuentan una historia milenaria. Y todo enmarcado por bellísimos parajes naturales, como los que ofrecen el Mont Blanc y los Dolomitas, los parques nacionales del Gran Paradiso, Stelvio y Cinque Terre, los lagos alpinos, las plácidas llanuras o las abruptas costas de Liguria, con sus pueblos encaramados sobre el mar.
Estados Unidos, además de sus ciudades, cuenta con una hermosísima naturaleza salvaje que puede descubrirse en los numerosos parques nacionales que salpican el país. Un viaje por carretera brinda la ocasión de contemplar lugares de una belleza espectacular y de increíbles contrastes, ya sean las gargantas del Gran Cañón, excavadas por el río Colorado, el desierto rocoso del Valle de la Muerte, los gélidos parajes de Alaska, el paraíso tropical de las islas Vírgenes o los enormes bosques de secuoyas, habitados por osos y castores, de Yosemite y Yellowstone.
Tailandia, el País de las Gentes Libres. Su pueblo, el único de Indochina que no fue colonizado, guarda con orgullo tradiciones ancestrales y corre veloz en el tren de la modernidad. Bahías y playas casi vírgenes, cubiertas por la sombra de las palmeras en las islas del golfo de Siam; aguas de un verde esmeralda en los exuberantes archipiélagos del mar de Andamán; la frenética vitalidad de Bangkok; la espiritualidad de las antiguas capitales… Tailandia es todo eso y mucho más: tesoros de la naturaleza, imponentes vestigios del pasado, aldeas recónditas, grandes metrópolis… Todo fluye en aquel mundo de sorprendentes contrastes, siempre en busca del sanuk, el puro goce que supone vivir.
Un viaje por Sudáfrica significa visitar un país montañoso bañado por el mar, con más de 2.000 kilómetros de costa en los que disfrutar de la fuerza de los océanos Atlántico e Índico. También supone un recorrido a través de la historia: desde los primitivos orígenes de los bosquimanos del Kalahari y el desierto de arena roja, hasta llegar a los pueblos indígenas actuales, incluidos los zulúes. Y junto a las modernas ciudades destaca, sobre todo, la naturaleza, que se puede admirar en los grandes parques nacionales, incluido el Kruger, santuario indiscutible de los Big Five así como de otras numerosas especies no menos extraordinarias. Sudáfrica es, por encima de todo, la historia de la lucha por la libertad que lideró Nelson Mandela.
Da igual donde se esté, ya sea en un mirador con vistas a los pintorescos barrios de Lisboa, en la morisca Óbidos, en Sintra con su romántico palacio, en los acantilados azotados por el viento del cabo de San Vicente o en los volcanes tropicales de las Azores: en Portugal, cualquier sitio es idóneo para contemplar el espectáculo que ofrecen los vivos colores de los azulejos, el mar o las rocas del Algarve, mientras se apagan poco a poco al atardecer. Desde luego, hay mucho más. Basta con volver la mirada a los paisajes que, de norte a sur, nos hechizan en una vibrante sucesión de cambios o dejarse llevar por las emociones que suscita un país cuyo espíritu solo puede comprenderse plenamente escuchando las notas del fado, con su conmovedora saudade, mientras se saborean sus vinos y se disfruta del aroma de las sardinas asadas.
Europa, África y América se citan en Costa Rica, una auténtica encrucijada de culturas y etnias que bien pudiera considerarse la joya de Centroamérica. Como su nombre indica, este país posee un sinfín de bellezas naturales: frondosos bosques tropicales, estruendosas cascadas, aves de mil y un colores, sabrosas frutas tropicales, árboles cubiertos de orquídeas… Tanto deleite merece disfrutarse con un excelente café o con su deliciosa cocina especiada, a ser posible contemplando alguna de sus hermosas playas, en las que rompen unas olas perfectas para practicar surf, y abandonarse, por unos instantes, en una manera de vivir mucho más intensa.
Todo en Escocia está impregnado del aroma a turba de los Borders, de los colores saturados del océano y de la sutil bruma, la misma que confiere un aire misterioso, casi mágico, a las calles de Edimburgo y a los castillos que se hallan diseminados por esa fascinante tierra. Este lugar y sus gentes ofrecen al mundo regalos cargados de historia: tejidos como el tweed y el tartán, buen whisky, personajes literarios, algún que otro fantasma e incluso un monstruo que habita en un lago. Y hay más: la naturaleza salvaje de las Orcadas y las Hébridas, los campos de brezo que se extienden hasta donde alcanza la vista o los pequeños pueblos pesqueros constituyen paisajes únicos que invitan a la ensoñación y que, a buen seguro, harán que amemos este país tan orgulloso de sus tradiciones.
Los geógrafos del siglo XIX dieron este nombre a los archipiélagos de islas volcánicas y coralinas que se agrupan en el Pacífico Sur. Desde el trópico de Capricornio hasta el ecuador, verdes cumbres, cubiertas de una vegetación exuberante, emergen de entre las olas. Tahití, Bora Bora y las demás islas pertenecientes a la Polinesia Francesa, así como Samoa y las Cook, son lugares de una belleza arrebatadora. En ellas, la naturaleza se mezcla con la magia de las leyendas nativas, los bailes sensuales y las sonrisas de sus acogedores habitantes. Sus aguas costeras albergan una miríada de peces de arrecife y se convierten en la antesala de un tumultuoso océano. Los colores, la cultura y la historia de este microcosmos de ensueño han cautivado a muchos artistas a lo largo de los siglos y siguen atrayendo a quienes desean conocer el paraíso terrenal.
Bañada por el océano Atlántico y el mar Caribe, Cuba ofrece mucho más que las aguas cristalinas y los arrecifes de coral típicos de una isla tropical. Su historia más reciente, con protagonistas de la Revolución cubana como Fidel Castro y el Che Guevara, ha contribuido a darle unos rasgos muy definidos en el imaginario colectivo. Pero Cuba es algo más que eso: es La Habana, con el paseo del Prado, el Malecón, sus calles y sus plazas, por las que circulan automóviles clásicos. Es Sierra Maestra, la mayor cordillera del país y uno de los escenarios naturales más majestuosos; es Trinidad, la ciudad colonial más bella y auténtica de la isla. Cuba también es la santería, el aroma del tabaco, sus irresistibles ritmos y el fresco sabor de un daiquiri. Y es, sobre todo, su gente, de una autenticidad inimitable.
Puerta de África y ventana abierta a Europa, Marruecos es un país multifacético en el que se mezclan lo árabe y lo bereber. Para conocerlo, hay que adentrarse en las arenas del Sahara, con sus dunas doradas siempre cambiantes y deambular por la hamada, las áridas extensiones de rocas afiladas salpicadas de arganes. Nada es mejor que descansar en el verdor de los oasis y contemplar los rojizos atardeceres sobre las largas olas del Atlántico. Y qué decir de la refinada belleza de los maravillosos palacios de las ciudades imperiales, de Marrakech a Fez, y de la embriagadora vitalidad de los zocos abarrotados de fragancias y sabores: Marruecos y sus gentes ofrecen una experiencia de una intensidad incomparable.
Durante más de un milenio, el Imperio chino floreció al resguardo de la Gran Muralla, alimentado por las mercancías y las ideas que iban y venían a lo largo de la Ruta de la Seda. De aquel trasiego nació una civilización muy refinada que nos ha legado obras tan importantes como la Ciudad Prohibida, el Templo del Cielo o los parques de Pekín, los centros históricos amurallados de Xi’an y Pingyao, los templos rupestres de Shanxi o el monasterio budista de Shaolin. China es algo más que historia: su vasto territorio, salpicado de parajes de una naturaleza de incomparable belleza, y sus construcciones, de una rabiosa modernidad, demuestran hasta qué punto el país sabe mirar al futuro sin olvidarse de sus ricas tradiciones.
El Prado, el Palacio Real, las amplias avenidas arboladas y las espléndidas fuentes del siglo xviii son solo algunas de las maravillas que ofrece Madrid, una ciudad animada a todas horas, ya sea de día o de noche. La capital de España es el punto de partida perfecto para explorar el centro del país, una tierra espléndida llena de contrastes. Desde poblaciones repletas de arte y parques naturales vírgenes, hasta las tierras manchegas de don Quijote y la Extremadura de los conquistadores. También existen pueblos medievales que aún conservan la huella de la Reconquista e interminables paisajes castellanos dignos de admirar. Lejos de allí, el archipiélago canario emerge como un paraíso terrenal perdido en medio del Atlántico, donde los plátanos crecen entre volcanes y los jóvenes acuden a las playas para enfrentarse a las poderosas olas del océano sobre sus tablas de surf.
Con su arquitectura barroca, neoclásica, Biedermeier y contemporánea, y con lugares tan emblemáticos como la Puerta de Brandemburgo, la Berliner Fernsehturm y los restos del Muro, Berlín es un buen ejemplo de la agitada historia de Alemania. A pocos kilómetros de la capital, la naturaleza se muestra majestuosa entre los canales del Spreewald. Pero hay más, como las costas del Báltico, con las extensas playas de arena blanca de Mecklemburgo-Pomerania Occidental. Allí puede que el sol no caliente tanto como en el Mediterráneo, pero el mar brilla y el aire posee una extraña pureza. Y qué decir de Dresde, la capital de Sajonia a orillas del Elba… Las huellas de los bombardeos sufridos durante la Segunda Guerra Mundial han desaparecido de su bellísimo casco histórico gracias a una precisa reconstrucción que ha devuelto a la ciudad su magnífico aspecto.
La conquista del Techo del Mundo, el Everest, y de las montañas que forman su séquito a lo largo del Himalaya, entre el Tíbet, Nepal y Bután, siempre ha ejercido una enorme fascinación entre propios y extraños. Quienes se han atrevido a visitarlo han escrito páginas memorables en las que relatan su belleza y las dificultades sufridas. Estas cumbres han representado un desafío para el alpinismo desde principios del siglo xx, pero significan mucho más: para quienes siguen la senda del budismo, son entidades sagradas, la expresión de unos dioses ligados a la Tierra a los que se rinde culto y se les honra en los magníficos templos de Lhasa y Katmandú. Un viaje al Himalaya discurre entre culturas y pueblos muy distintos, aunque permanecen unidos tanto por su vínculo a una naturaleza extremadamente bella como por la necesidad de buscar la soledad del espíritu.
El norte de la India es tan seductor como inquietante. En aquellas tierras de colores vivos y tradiciones ancestrales, todo cobra un carácter espiritual: la vida cotidiana mantiene un diálogo constante con la religión, incluso en aquellos lugares sumidos en una pobreza extrema y entre profundos conflictos sociales. Desde el desierto de Thar y las estribaciones del Himalaya hasta la desembocadura del Ganges, la India se nos muestra con todo su esplendor y todas sus miserias, desafiada por una modernidad que, en ocasiones, amenaza con desvirtuar sus rasgos. Es el verdadero reto de esta nación, la segunda más poblada del mundo y hoy convertida en una potencia económica mundial: asumir el gran cambio, ofrecer a sus ciudadanos mejores condiciones de vida y, al mismo tiempo, preservar su medio ambiente y su patrimonio cultural. En definitiva, encontrar el camino indio hacia la modernidad.
Túnez bien pudiera ser la primera escala, y sin duda la más acogedora, para quienes deseen visitar el norte de África. Pese a su reducida extensión, el país ofrece una variedad excepcional de paisajes y tradiciones. La zona más septentrional es montañosa y fértil, mientras que la meridional se adentra en el ardiente Sahara. Las ciudades costeras recuerdan el pasado de las grandes dinastías islámicas y su rico patrimonio arqueológico, a tiempos aún más remotos, cuando se asentaron allí las legiones romanas y surgieron las primeras comunidades cristianas. Arrecifes de coral, desiertos, oasis, grandes lagos salados… Nadie puede permanecer indiferente a la generosa belleza de Túnez, fuente inagotable de maravillas.
Argentina, con su impresionante extensión, ofrece tal variedad de paisajes que a buen seguro nadie quedará insatisfecho. Basta pensar en la Patagonia, la cordillera de los Andes, los lagos salados del norte o las praderas de la Pampa para darse cuenta de la importancia de este coloso del Cono Sur. Las cumbres del Fitz Roy y el cerro Torre, en el parque nacional Los Glaciares, atraen a montañeros de todo el mundo. Las cataratas del Iguazú dejan sin aliento con su majestuoso caudal de agua y los polvorientos senderos que discurren paralelos a los Andes conducen a las tierras donde sobrevivieron indios y gauchos durante siglos. Y el encanto sensual de Buenos Aires seduce a cualquiera: en los barrios más antiguos, las notas y los pasos del tango transportan al ambiente de finales del siglo xix, cuando los inmigrantes empezaron a tocar, a cantar y a bailar una música que expresa, tanto ayer como hoy, el carácter melancólico y a la vez vitalista de ese gran país.
Qué encontrarás en el interior de cada libro
Lugares vírgenes todavía por descubrir, altas cimas montañosas y costas forjadas por mareas y tormentas. Parques naturales con fauna autóctona, espectaculares cataratas, volcanes en erupción, noches mágicas de auroras boreales en regiones árticas…
En los volúmenes, se detalla la flora y fauna más representativas de cada país y se ofrece al lector la posibilidad de explorar los rincones del planeta más singulares por su belleza natural.
Civilizaciones antiguas milenarias y las más recientes forman parte de nuestro entorno. Recorre todos los continentes y aprende cómo el hombre ha influido en ellos a lo largo de los siglos. Descubre su huella, su legado y su herencia en las páginas de los libros de esta colección.
Desde las pirámides del antiguo Egipto a las construcciones mayas, pasando por castillos medievales e iglesias bizantinas. Desde lejanos y majestuosos palacios de Oriente, hasta los monumentos más conocidos y los museos más vanguardistas. Déjate sorprender por los lugares más emblemáticos, sugerentes e inolvidables.
Cada cultura tiene sus propias tradiciones y costumbres que configuran la identidad de un lugar y sus habitantes. Las religiones son el nexo de unión de millones de personas, una filosofía, un estilo de vida y de creencias.
Viajar a diferentes países a través de los libros es una manera de aprender y descubrir las riquezas que nuestro planeta ofrece. Adéntrate en una nueva aventura a través de esta irrepetible colección y disfruta con cada destino.
Esta libreta de la colección de National Geografic para anotar todas tus experiencias.
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Tres láminas de paisajes fascinantes a color.
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