
Joyas literarias en miniatura
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Desde Planeta de Agostini hemos reunido para ti a los mejores autores de la historia de la literatura en todos los géneros. Desde las grandes novelas de ficción hasta los títulos esenciales del pensamiento universal, pasando por las mejores obras de teatro y poesías.
Reserva un espacio en casa para William Shakespeare, Jane Austen, Edgar Allan Poe, Miguel de Cervantes, Mark Twain, Honoré de Balzac… Con unos preciosos tomos en miniatura que contienen las versiones íntegras de sus obras más emblemáticas.
La historia de una venganza que es la obra dramática más influyente de la literatura universal.
Viaja alrededor de un mundo que ya no existe con la novela de aventuras por excelencia.
La gran novela americana de la primera mitad del siglo XX es hoy más relevante que nunca.
Muy polémica cuando se publicó, esta es una historia clásica de la literatura gótica de terror.
Descubre a Cervantes más allá del Quijote con dos de sus novelas ejemplares más reconocidas.
La transformación de Gregorio Samsa en insecto es uno de los relatos más inquietantes de la historia.
Una joya del romanticismo que sigue emocionando a generaciones enteras de lectores.
El gran tesoro de las letras alemanas conmocionó a toda la sociedad europea de su época.
El poemario que escribió el genio andaluz en la Gran Manzana se considera hoy su mejor trabajo.
Más que literatura infantil, una obra maestra indiscutible de la imaginación que crece con cada relectura.
Era una noche maravillosa, una noche de esas que puede que sólo se den cuando somos jóvenes, querido lector. El cielo estaba tan estrellado, estaba tan claro que, al mirarlo, involuntariamente uno tenía que preguntarse: ¿Será posible que bajo este cielo pueda vivir gente con todo tipo de caprichos y enfados?
El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se ex- tendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin.
Para S.L.O.:
Un caballero americano, de acuerdo con cuyo clásico gusto ha sido imaginada la narración que sigue, y al que ahora, agradeciéndole tantas horas deliciosas, y con los mejores deseos, dedica estas páginas su afectuoso amigo,
El autor
NICOLÁS MAQUIAVELO AL MAGNÍFICO LORENZO DE MÉDICIS
Los que quieren lograr la gracia de un príncipe tienen la costumbre de presentarle las cosas que se reputan como que le son más agradables, o en cuya posesión se sabe que él se complace más. Le ofrecen en su consecuencia: los unos, caballos; los otros, armas; cuáles, telas de oro; varios, piedras preciosas u otros objetos igualmente dignos de su grandeza.
Una vez al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes
reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de
olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
«Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.»
EL REY BURGUÉS
Cuento alegre
¡Amigo! El cielo está opaco, el aire frío, el día triste. Un cuento alegre... así como para distraer las brumosas y grises melancolías, helo aquí:
CAPÍTULO 1
CÓMO FUE QUE EL MAESTRO CEREZA, CARPINTERO DE OFICIO, ENCONTRÓ UN PALO QUE LLORABA Y REÍA COMO UN NIÑO
Había una vez...
—¡Un rey! —dirán en seguida mis pequeños lectores.
—No, muchachos, se equivocan. Había una vez un pedazo de madera.
No era una madera de lujo, sino un simple pedazo de leña de esos palos que en invierno se meten en las estufas y chimeneas para encender el fuego y caldear las habitaciones.
EL FANTASMA DE CANTERVILLE
Cuento hilo-idealista
I
Cuando el Ministro de los Estados Unidos, Míster Hiram B. Otis, compró el castillo de Canterville, todo el mundo le dijo que hacía una locura, pues era evidente que aquel lugar estaba embrujado. Claro, que el mismo Lord Canterville, hombre de lo más puntilloso en cuestiones de honor, juzgó que era su deber advertir a Mr. Otis sobre esta particularidad cuando entraron en tratos.
INTRODUCCIÓN SINFÓNICA
Por los temerosos rincones de mi cerebro acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la palabra, para poderse presentar decentes en la escena del mundo.
ESCÁNDALO EN BOHEMIA
I
Para Sherlock Holmes, ella es siempre la mujer. Rara vez le oí mencionarla de otro modo. A sus ojos, ella eclipsa y domina a todo su sexo. Y no es que sintiera por Irene Adler nada parecido al amor. Todas las emociones, y en especial ésa, resultaban abominables para su inteligencia fría y precisa pero admirablemente equilibrada. Siempre lo he tenido por la máquina de observar y razonar más perfecta que ha conocido el mundo; pero como amante no habría sabido qué hacer. Jamás hablaba de las pasiones más tiernas, si no era con desprecio y sarcasmo.
CAPÍTULO 1
UN PUEBLO AGRADECIDO
El 20 de agosto de 1672, la ciudad de La Haya, tan animada, tan blanca, tan coquetona que se diría que todos los días son domingo, la ciudad de La Haya con su parque umbroso, con sus grandes árboles inclinados sobre sus casas góticas, con los extensos espejos de sus canales en los que se reflejan sus campanarios de cúpulas casi orientales; la ciudad de La Haya, la capital de las siete Provincias Unidas, llenaba todas sus calles con una oleada negra y roja de ciudadanos apresurados, jadeantes, inquietos, que corrían, cuchillo al cinto, mosquete al hombro o garrote en mano, hacia la Buytenhoff, formidable prisión de la que aún se conservan hoy día las ventanas enrejadas y donde, desde la acusación de asesinato formulada contra él por el cirujano Tyckelaer, languidecía Corneille de Witt, hermano del ex gran pensionario de Holanda.
EL ÁLBUM
El consejero administrativo Craterov, delgado y seco como la flecha del Almirantazgo, avanzó algunos pasos y, dirigiéndose a Serlavis, le dijo:
—Excelencia: Constantemente alentados y conmovidos hasta el fondo del corazón por vuestra gran autoridad y paternal solicitud...
—Durante más de diez años —le sopló Zacoucine.
DOÑA BERTA
I
Hay un lugar en el norte de España adonde no llegaron nunca ni los romanos ni los moros; y si doña Berta de Rondaliego, propietaria de este escondite verde y silencioso, supiera algo más de historia, juraría que jamás Agripa, ni Augusto, ni Muza, ni Tarick habían puesto la osada planta sobre el suelo, mullido siempre con tupida hierba fresca, jugosa, obscura, aterciopelada y reluciente, de aquel rincón suyo, todo suyo, sordo, como ella, a los rumores del mundo, empaquetado en verdura espesa de árboles infinitos y de lozanos prados, como ella lo está en franela amarilla, por culpa de sus achaques.
Es imposible que tales potencias o seres hayan sobrevivido... hayan sobrevivido a una época infinitamente remota donde... la conciencia se manifestaba, quizá, bajo cuerpos y formas que ya hace tiempo se retiraron ante la marea de la ascendiente humanidad... formas de las que sólo la poesía y la leyenda han conservado un fugaz recuerdo con el nombre de dioses, monstruos, seres míticos de toda clase y especie...
Algernon Blackwood
60 POEMAS
8
Hay una palabra
que lleva una espada
puede atravesar a un hombre armado – arroja sus barbadas sílabas
y enmudece de nuevo –
pero donde cayó
los que se salvan dirán
en un patriótico día
que algún hermano con charreteras entregó su alma.
Durante todo el día 24 de diciembre, los hijos del consejero médico Stahlbaum no pudieron entrar en ningún momento en la sala, y menos aún en el salón de gala contiguo. Fritz y Marie estaban juntos, encogidos, en un rincón de la habitación del fondo.
Al aparecer Augusto a la puerta de su casa extendió el brazo derecho, con la mano palma abajo y abierta, y dirigiendo los ojos al cielo quedóse un momento parado en esta actitud estatuaria y augusta. No era que tomaba posesión del mundo exterior, sino era que observaba si llovía.
El suceso en el cual se fundamenta este relato imaginario ha sido considerado por el doctor Darwin y otros fisiólogos alemanes como no del todo im- posible. En modo alguno quisiera que se suponga que otorgo el mínimo grado de credibilidad a semejantes fantasías; sin embargo, al tomarlo como base de una obra fruto de la imaginación, no considero haberme limitado simplemente a en- lazar, unos con otros, una serie de terrores de índole sobrenatural.
No sabréis quién soy yo si no habéis leído un libro titulado Las aventuras de Tom Sawyer, pero no importa. Ese libro lo escribió el señor Mark Twain y contó la verdad, casi siempre. Algunas cosas las exageró, pero casi siempre dijo la verdad.
Nací en 1632, en la ciudad de York, de una buena familia, aunque no de la región, pues mi padre era un extranjero de Brema que, inicialmente, se asentó en Hull. Allí consiguió hacerse con una considerable fortuna como comerciante y, más tarde, abandonó sus negocios y se fue a vivir a York, donde se casó con mi madre, que pertenecía a la familia Robinson, una de las buenas familias del condado de la cual obtuve mi nombre, Robinson Kreutznaer. Mas, por la habitual alteración de las palabras que se hace en Inglaterra, ahora nos llaman y nosotros también nos llamamos y escribimos nuestro nombre Crusoe; y así me han llamado siempre mis compañeros.
2 de junio de 1942
Espero confiarte todo como aún no he podido hacerlo con nadie, y espero que seas un apoyo para mí.
28 de septiembre de 1942
Hasta ahora has sido un gran apoyo, y también Kitty, a quien le escribo regularmente. Esta forma de escribir en el diario me agrada mucho y ahora me cuesta esperar a que llegue el momento para sentarme a escribir en ti.
AL LECTOR
La necedad, el error, el pecado, la tacañería,
Ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos,
Y alimentamos nuestros amables remordimientos,
Como los mendigos nutren su miseria.
Nuestros pecados son testarudos, nuestros arrepentimientos cobardes;
Nos hacemos pagar largamente nuestras confesiones,
Y entramos alegremente en el camino cenagoso,
Creyendo con viles lágrimas lavar todas nuestras manchas.
Se me permitirá que antes de referir el gran suceso de que fui testigo, diga algunas palabras sobre mi infancia, explicando por qué extraña manera me llevaron los azares de la vida a pre- senciar la terrible catástrofe de nuestra marina.
En el gran edificio del Palacio de Jus- ticia, durante un receso de la vista del proceso Melvinski, los magistrados y el fiscal se reunieron en el despacho de Iván Yegórovich Shébek y se pusieron a comentar el célebre caso Krasovski. Fiódor Vasílievich defendía acaloradamente que la sala no era competente para juzgarlo, Iván Yegórovich insistía en su punto de vista, mientras Piotr Ivánovich, que desde un principio se había desentendido de la discusión, hojeaba La Gaceta, que acababan de entregarles.
La consulta del doctor Orion Hood, el eminente criminólogo y especialista en ciertos desordenes morales, tenía vista al mar y estaba situada en Scarborough. Desde sus ventanas de estilo francés, grandes y bien iluminadas, se podía contemplar el mar del Norte como un infinito muro exterior de mármol azul verdoso.
El Viajero a través del Tiempo (pues convendrá llamarle así al hablar de él) nos exponía una misteriosa cuestión. Sus ojos grises brillaban lanzando centellas, y su rostro, habitualmente pálido, se mostraba encendido y animado. El fuego ardía fulgurante y el suave resplandor de las lámparas incandescentes, en forma de lirios de plata, se prendía en las burbujas que destellaban y subían dentro de nuestras copas.
Rocas escarpadas que ciñen el lago de los Cuatro cantones, frente a Schwyz. El lago forma un golfo. Próxima a la orilla, una cabaña; en el lago, un muchacho pescador en su barca. En el fondo, verdes praderas, aldeas, alquerías de Schwyz, alumbradas por los rayos del sol. A la izquierda, se divisan los picos de las montañas coronadas de nubes; y a la derecha, a lo lejos, los ventisqueros. Antes de levantarse el telón, suena el canto pastoril que llaman Kuhreihen y el cencerreo de los rebaños, y continúan hasta poco después.
En el viejo Nueva York de 1850 despun- taban unas cuantas familias cuyas vidas transcurrían en plácida opulencia. Los Ralston eran una de ellas. Los enérgicos británicos y los rubicundos y robustos holandeses se habían mezclado entre ellos dando lugar a una sociedad próspera, cauta y, pese a ello, boyante. Hacer las cosas a lo grande había sido la máxima de aquel mundo tan previsor, erigido sobre la fortuna de banqueros, comerciantes de Indias, constructores y navieros.
La escena representa un jardín y parte de la fachada de la casa ante la que se extiende una terraza. En la alameda, bajo un viejo tilo, esta dispuesta la mesa del té. Sillas, bancos y, sobre uno de ellos, una guitarra. A corta distancia de la mesa, un columpio. Son más de las dos de la tarde. El tiempo es sombrío.
Háblame, Musa, de aquel varón ingenioso que anduvo errante largo tiempo, después de haber destruido la sagrada ciudad de Troya; que vio los pueblos y conoció las costumbres de muchos hombres, y sufrió en su corazón muchas penas, sobre el mar, luchando por su vida y la vuelta de sus compañeros.
En algunas ciudades de provincias hay casas cuya visión inspira una melan- colía pareja a la que provocan los claustros sombríos, las landas desiertas o las ruinas más tristes.
EQUÉCRATES.- ¿Estuviste tú, Fedón, con Sócrates el día aquel en que bebió el veneno en la cárcel, o se lo has oído contar a otro?
FEDÓN.- Estuve yo personalmente, Equécrates.
La gastada puerta abierta del salón de fumar dejaba pasar la niebla del Atlántico Norte, mientras el gran barco de pasajeros se hundía y se elevaba, sonando su sirena para avisar a los barquichuelos de la flota de pescadores.
ÉGLOGA PRIMERA
Al virrey de Nápoles
El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de cantar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,
de pacer olvidadas, escuchando.
Un oscuro bosque de abetos se extendía a ambos lados de la helada corriente de agua. El viento había desnudado los árboles de su blanca capa de escarcha y parecían apoyarse los unos en los otros, negros y amenazadores, bajo la luz incierta del atardecer.
Antaño, si lo recuerdo bien, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los vinos corrían.
Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. —Y la encontré amarga. —Y la injurié.
Me armé contra la justicia.
Hui. ¡Oh hechiceras, oh miseria, oh co- llera, a vosotras os he confiado mi tesoro! Logré desvanecer de mi espíritu toda esperanza humana. Sobre toda alegría para estrangularla di el salto sordo de la bestia feroz.
En lo más profundo de una de las inmensas ensenadas de playas que el Hudson acaricia en sus orillas orientales, se produce un enorme ensanchamiento al que los viejos marinos holandeses llamaron en tiempos Tappan Zee; para navegarlo, recogían las velas prudentemente mientras invocaban a San Nicolás.
El Nellie, un bergantín de considerable tonelaje, se inclinó hacia el ancla sin una sola vibración de las velas y permaneció inmóvil. El flujo de la marea había terminado, casi no soplaba viento y, como había que seguir río abajo, lo único que quedaba por hacer era detenerse y esperar el cambio de la marea.
Soy un hombre bastante mayor. La naturaleza de mis ocupaciones en los últimos treinta años me ha puesto en estrecho contacto con un gremio interesante y un tanto peculiar, del cual, hasta donde sé, nada se ha escrito todavía: me refiero a los copistas judiciales o escribientes.
Mi padre poseía una pequeña hacienda en el condado de Nottingham; yo era el tercero de sus cinco hijos. Cuando tuve catorce años me envió a Emanuel, colegio universitario de Cambridge, donde residí por espacio de tres años consagrado enteramente a mis estudios.
NORA.- Esconde bien el árbol, Elena. No deben verlo los niños de ninguna manera hasta esta noche, cuando esté arreglado. (Dirigiéndose al Mozo, mientras saca el portamonedas). ¿Cuánto es?
EL MOZO.- Cincuenta ore. NORA.- Tenga, una corona. No, no; quédese con la vuelta. (El Mozo da las gracias y se va. NORA cierra la puerta. Continúa sonriendo mientras se quita el abrigo y el sombrero. Luego saca del bolsillo un cucurucho de almendras y come un par de ellas. Después se acerca cautelosamente a la puerta del despacho de su marido). Sí, está en casa. (Se pone a tararear otra vez según se dirige a la mesita de la derecha).
HELMER.- (Desde su despacho). ¿Es mi alondra la que está gorjeando ahí fuera?
NORA.- (A tiempo que abre unos paquetes). Sí, es ella.
El señor de Kellynch Hall en Somersetshire, Sir Walter Elliot, era un hombre que no hallaba entretención en la lectura salvo que se tratase de la Crónica de los baronets. Con ese libro hacía llevaderas sus horas de ocio y se sentía consolado en las de abatimiento. Su alma desbordaba admiración y respeto al detenerse en lo poco que quedaba de los antiguos privilegios, y cualquier sensación desagradable surgida de las trivialidades de la vida doméstica se le convertía en lástima y desprecio.
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Dimensiones 18 x 13 cm.
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Dimensiones : 28 x 38 cm.
Con tu envío 3
Considerada una de las últimas obras clásicas de la novela de terror gótica y, aunque causó controversia cuando fue publicado por primera vez; es considerado en la actualidad como "uno de los clásicos modernos de la literatura occidental".
Con tu envío 2
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