A finales de la década de 1950, el mundo se hallaba en plena Guerra Fría. Estados Unidos y la Unión Soviética se enzarzaron en una carrera de fondo para conquistar el espacio. Comenzaron a barajarse diversos proyectos, a cuál más ambicioso, pero los presupuestos, desorbitados, no permitieron llevarlos a cabo con la rapidez esperada.
La Estación Espacial Internacional sigue siendo, a fecha de hoy, la mayor construcción humana en el espacio, con cerca de 420 toneladas puestas en órbita desde 1998. En la actualidad, mide 110 m de largo, 74 m de ancho y 30 m de alto, y se encuentra a 400 000 metros de altitud. Sin embargo, un proyecto tan ambicioso, complejo y caro, que además se llevó a cabo en unas pocas décadas, no hubiera llegado a buen puerto sin una colaboración internacional sin precedentes.
Las primeras fases del programa de la Estación Espacial Internacional contaron con la contribución de un transbordador espacial. Aunque la nave entró en servicio en 1981, 17 años antes del lanzamiento del módulo Zarya, entre 1998 y 2011 se encargó de colocar en órbita la mayor parte de los elementos que conforman la ISS.
El éxito de la Estación Espacial Internacional no se debe únicamente a los avances tecnológicos realizados a lo largo del siglo xx: hay que tener en cuenta también la labor de los astronautas e ingenieros que trabajaron en las primeras estaciones espaciales que se pusieron en órbita. Sin la experiencia atesorada con los programas Salyut, Skylab y Mir, la ISS nunca habría visto la luz.
La exploración del espacio, y más cuando cuenta con tripulaciones humanas, requiere de un equipo muy específico. El vacío es un entorno hostil con temperaturas extremas, ausencia de presión y una radiación enorme. Para proteger a los astronautas, se han desarrollado unos trajes que deben usarse durante el despegue y el aterrizaje, así como a la hora de realizar las actividades extravehiculares. Pero ¿cuándo comenzó a usarse este elemento que se ha convertido en una pieza crucial en la aventura de la ISS?
La explosión del transbordador espacial Challenger marcó un triste hito en la historia de la exploración espacial, tanto por el hecho en sí como por los problemas de seguridad que debieron afrontarse.
Pese al deseo expreso de Ronald Reagan, quien anunció el proyecto en 1984, la estación espacial Freedom nunca llegó a materializarse. Sin embargo, allanó el camino a la ISS, que se hizo posible cuando, a finales de la década de 1990, estadounidenses y rusos llegaron a un entendimiento.
Veinte años después de que el ser humano llegase a la Luna, Estados Unidos se fijó un ambicioso programa espacial «quizá idealista en exceso» que el presidente George H. W. Bush denominó Space Exploration Initiative. Apenas un año después, se canceló sin más.
El 25 de junio de 1997, los astronautas que se encontraban a bordo de la Mir estuvieron a punto de morir. Una colisión con la nave de suministros Progress M-34 podría haber destruido toda la estación espacial. Si tal catástrofe hubiera ocurrido, la historia de la ISS habría sido muy distinta.
En 1997, el Consejo Nacional de Investigación estadounidense publicó un informe de 65 páginas en el que se evaluaban las medidas que había tomado la NASA para evitar que la ISS, cuyas labores de ensamblaje estaban a punto de comenzarse, colisionase con los miles de objetos orbitales que encontraría a su paso.
Las misiones de la ISS empezaron con buen pie. Tras años de planificación, construcción, envío y montaje de los primeros módulos, los miembros de la Expedición 1 se acomodaron a bordo. Aquel acontecimiento, todo un hito en la conquista del espacio, no estuvo exento de desafíos. Los astronautas permanecieron allí durante 136 días, de noviembre de 2000 a marzo de 2001. Desde entonces, la estación siempre ha estado habitada.
Durante las tareas de montaje, así como en los primeros años de servicio, las naves rusas, estadounidenses, europeas y japonesas que han visitado la ISS emplearon diversas técnicas de acoplamiento. Todo cambió en 2 010 al adoptar una normativa internacional que se aplicaría a partir de entonces.
En su primera misión científica a bordo de la ISS, los tres miembros de la tripulación permanente de la Expedición 2 se dedicaron a investigar los efectos de la ingravidez. Durante su estancia, que duró cinco meses, trabajaron también en las tareas de ampliación de las instalaciones.
¡Qué sería de la estación sin sus brazos! El Canadarm, que diseñó la Agencia Espacial Canadiense, es una enorme estructura mecánica capaz de proezas tales como mover módulos durante las operaciones de montaje, asistir a los astronautas durante sus salidas al exterior e incluso trasladar naves de carga de varias toneladas.